El pasado verano, ante una de esas típicas sobredosis fraternales tan habituales de esta época estival, senté a mis hijos y les propuse que pensaran en algo para que todos pudiéramos disfrutar de esos días. Otras veces se me habría ocurrido a mi cualquier cosa, pero esta vez me sentía incapaz de inventar nada. Tanto mehahecho y mehadicho, me habían dejado fundida.